lunes, 28 de septiembre de 2015

Etnodependentismo

Mi abuela materna nació y se crio en Cataluña, pero sus padres eran gallegos, como mis otros tres abuelos, y aunque soy cubano, a mi formación como ser humano han contribuido no menos chinos, rusos, alemanes, libaneses, japoneses, mexicanos y norteamericanos. Por haber nacido en Cuba, desde pequeño he tenido profesores y amigos de piel blanca, negra, cobriza y amarilla; y como persona educada dentro de una sociedad socialista he interactuado a diario con campesinos, obreros, artistas e intelectuales. Durante mis estudios de secundaria y preuniversitario en una escuela en la que se educaban 4500 alumnos, conviví cuatro años en un mismo piso de la residencia estudiantil con sesenta jóvenes de las más diversas razas, formaciones y procedencia social. Y durante los cinco años de mis estudios en una universidad soviética compartí una misma residencia con estudiantes de treinta y siete naciones de todos los continentes.
Cuando reflexiono sobre todo esto no puedo menos que reírme de la mentira que repito cada vez que respondo con mi nacionalidad y mi nombre a la pregunta de quién soy.
Y acaso por esa misma razón no puedo dejar de considerar sino como un evidente retroceso el renacimiento de los nacionalismos, que no anuncia otra cosa que la restauración del ancestral odio al «chivo expiatorio» y la aceptación de la inevitabilidad de la guerra. Pues como ya en 1926, en una de sus Historias sobre el señor Keuner, demostraba Bertolt Brecht, basta con tropezarse con un nacionalista para convertirse al instante en otro que empieza a sentir odio no sólo por él, sino por el país al que pertenece:
«Y el señor K. descendió de la acera y asumió que en verdad se sentía indignado contra aquel hombre y realmente no sólo contra él, sino en especial contra el país al que aquel pertenecía, y por lo tanto que deseaba que fuera borrado de la faz de la tierra.»
No hay libertad real en la independencia, ni salvación en el nacionalismo. Aquella es una mera reacción a la dependencia y este un intento de sofocar en la habitación propia el fuego que consume a todo el edificio. Con razón en la misma historia concluía el dramaturgo alemán: «hay que erradicar la idiotez, porque convierte en idiota a todo el que se la tropieza.»
Pero para quienes crearon esa palabra, los antiguos griegos, «idiota» no era otro que aquel que se creía un ser particular o privado y obraba en consonancia.
Por mucho que avance la llamada «globalización», la Tierra no llegará a ser nunca para nosotros «nuestra patria común» mientras continúe dividida en «feudos»; mientras no comprendamos que las verdaderas fronteras que separan a los hombres no dividen países, culturas o razas, sino cotos de poder y propiedad.



Bertolt Brecht (1898-1956): Dramaturgo y poeta alemán, creador del teatro épico. 
Imagen: «Bertolt-Brecht» de Bundesarchiv, Bild 183-W0409-300 / Kolbe, Jörg (Tomada de Wikipedia).

No hay comentarios:

Publicar un comentario